lunes, 27 de septiembre de 2021

Nota que me realizó Santiago Ocampos

Miguel Costantino y los mapas de la inspiración 




Cuento "La puerta" (Completo. Grabado con voz de Covid durante mi convalecencia).


 

jueves, 17 de septiembre de 2020

miércoles, 26 de agosto de 2020

Próximamente

                Próximamente en la calle mi primer libro de poemas... 



 

sábado, 23 de abril de 2011

Algunas consideraciones sobre la existencia de dios...


En un libro editado en video tape, cuyo nombre es M. In B. se pretende que un can parlante enseña a los humanos la existencia de una galaxia dentro de una canica, la cual cabe en una pieza de joyería y que pende del collar de un gato llamado Orión, arguyendo que en el universo no todo depende del tamaño. Esta galaxia sería la mayor fuente de energía subatómica. La imagen se aleja, mostrando primero nuestro planeta desde el espacio, luego el sistema solar, finalmente la vía láctea y los confines del universo conocido. Hasta mostrar que la totalidad de nuestro universo también está incluido dentro de una canica que forma parte del juguete de algún niño interestelar, el cual, luego de jugar, guarda la canica que contiene a nuestro universo en una bolsa junto a otras canicas que incluyen muchos universos más.
Desde este punto de vista, por supuesto muy discutible, llegamos a la consideración de que bien puede ser el niño interestelar alguna representación de lo que llamamos Dios.
Teniendo en cuenta tal consideración podemos deducir que si bien es factible la existencia de un dios como lo describen las religiones, que nos sería tan inalcanzable como nosotros él; porque si nuestro universo está contenido en una de sus canicas, nuestro sistema solar sería apenas perceptible si se observara con demasiada atención dentro de ella. Entonces, nuestro planeta tierra no sería más que un pequeño punto dentro de la canica y cada ser humano sería directamente imperceptible para dios, es decir, aunque suene violento, que Dios tal vez ni siquiera sepa de nuestra existencia, y que al ser el tan grande, nosotros tampoco lleguemos a verlo nunca, aunque de una forma u otra, seamos víctimas de los vaivenes de sus juegos. Ya se sabe que para jugar a las canicas hay que lanzarlas por el aire y golpearlas entre sí, obviamente estos avatares repercutirían en terremotos y cataclismos de toda índole. Y lo que es peor aún corremos el riesgo de cambiar de Dios: por otro terrible, o quizá más piadoso según el nuestro gane o pierda la partida.

domingo, 22 de agosto de 2010

El Balde

Era uno de esos días en que nada sale como lo pensado, comenzó antes del amanecer con una terrible pesadilla que hizo que me despertase con miedo.
 El sueño no era nada descomunal, ni  si quiera de la magnitud, ni el calibre del que suelen ser mis sueños de fin de año. Era más bien ordinario: soñaba que estaba despierto, parece absurdo, pero en mis delirios "esquizoides" suelo confundir la realidad tangible con las vivencias oníricas y sólo descubro estar soñando (por más descabellados que sean estos sueños) cuando el trino intermitente del reloj despertador castiga mis tímpanos y logra despertarme. Creía estar despierto y en mi casa, recostado en mi cama, boca arriba y presto a levantarme. Miraba por la puerta entreabierta los damascos y el sauce que había en el parque de aquella casita de la calle Moreno.
A través de la arcada que separaba y a la vez hacía de paso hacia la cocina-comedor de la vivienda veía el televisor blanco y negro que me habían prestado. Llamó mucho mi atención el hecho de que el mismo estaba sobre la mesada y a pesar de no estar enchufado proyectaba la imagen de un video de cacería, en el cual el cazador parecía estar enseñando el uso de un arma larga; pero en el patio de entrada de mi propia casa.
De pronto, este hombre gira y me apunta con su fusil y la situación me resulta tan absurda que me incorporo y camino hacia la ventana de la cocina para ver si efectivamente la imagen del televisor se condecía con la realidad. Grande es mi sorpresa al descubrir que sí, la imagen se repite en la puerta de mi casa. Allí hay un hombre ridículamente vestido de cazador que está apuntando al interior de la vivienda, por la ventana, en dirección hacia mí. El televisor, que como ya he dicho se encontraba sobre la mesada está transmitiendo la misma imagen que veo a través de la ventana, el aparato se halla enfrentado a la misma y refleja la imagen que se ve  y percibo, entonces, la misma imagen tres veces. En la ventana hay un hombre que me apunta con un rifle y que ninguno de mis vecinos parece notar, solo yo. Mi perro no lo ataca, no lo ve, ni siquiera está en el patio. El televisor proyecta (o transmite) la misma situación y de paisaje de fondo está la familiar imagen que veo todos los días desde mi ventana. Y  por último veo el reflejo, en el tubo del tevé de lo mismo que veo en la ventana. Es como si tres personas me estuviesen apuntando con sus rifles ¡y todo sucede en mi propia casa! 
El miedo me lleva a refugiarme en la habitación (no sé por que cuando nos asustamos los hombres huimos hacia las habitaciones y las mujeres al baño) y acostarme; pero compruebo que el cazador me apunta a través del televisor. Esta situación me pone paranoico  y comienzo a temblar. El temblor hace que me sacuda y el movimiento despierta a Anabel. Le comento lo que estaba sucediendo, a lo que ella me responde que apague el televisor. Me levanté con total pasividad e intentando no mirar a la ventana, pues me aterraba la idea de que me estuviesen apuntando con un arma, me dirigí los escasos dos o tres pasos que separan la habitación de la esquina de la mesada. Extendí mi mano hacia la perilla, la cual giré y apagué el televisor. La imagen desapareció, e instantáneamente también desapareció el reflejo,  me volví  en dirección a la ventana y el cazador también había desaparecido.
Retorné  a la habitación y me recosté, otra vez, a contemplar aquella imagen de árboles y frutas, hacía calor. Decidí levantarme ya que el sueño me había dejado una magra sensación de inquietud. Me incorporé y vestí con una camisa y unas bombachas claras. Me acerqué a la puerta que daba al fondo y la abrí del todo, con la intención de apoyar mi pie en el banco que había dejado flanqueando el paso para evitar que los perros ingresaran de noche a la habitación, y apoyado así poder ajustarme las zapatillas. Grande fue mi sorpresa al ver que mi perro (un pastor belga tervueren) se había desdoblado en dos idénticos animales: uno completamente idiota y el otro terriblemente agresivo. No noté la diferencia de carácter de ambos perros hasta que efectivamente quise atarme la zapatilla, momento en el cual la parte agresiva del “Carpo” (así se llama mi perro) me atacó violentamente mordiendo mi calzado y mis manos. Retrocedí entonces y le grité. El otro Carpo respondió acercándose moviendo la cola, el auténtico perro parecía no notar la existencia del otro. Retrocedí unos pasos y cerré la puerta asustado, la ironía de la escena me perturbaba, era la segunda vez que el perro no me respondía. Nada hizo ante la invasión del cazador y nada hacía ahora ante la aparición de este otro can, menos aún ante su ataque. La sensación que me invadía era la de vulnerabilidad y desconcierto. Los sucesos eran más que ilógicos y se me escapaban de las manos. Esto me trastornaba sobremanera.
Me acosté nuevamente y me tapé puesto que sentía frío. No me sentía nada bien. En un instante no toleré más y desperté a Anabel diciéndole que por favor se levantara a preparar unos mates. En ese preciso momento ella se encontraba sacudiendo tiernamente mi hombro y preguntándome qué le estaba diciendo pues había estado hablando dormido. Sentí algo de alivio, repetí las mismas palabras que creí haber dicho cuando en realidad dormía: - Gorda por favor, ¡hacéte unos mates!-. Me preguntó qué me pasaba, dijo notar un timbre extraño en mi voz a lo que me limité a decirle que sentía miedo. Este comentario le causó mucha gracia.
Anabel también había tenido malos sueños. Nos levantamos, desayunamos y al salir a la calle encuentro tirados en el piso, en la exacta entrada de mi casa, el hígado y un corazón de chivo u otro animal de granja. Me pregunté por qué ninguno de los muchos perros del barrio habían hecho cena de esas entrañas; por qué no estaban con signos de haber sido arrastrados ni mordisqueados y por qué el corazón tenía dos puñaladas en forma de cruz. Maldije la coincidencia de pesadillas con el tal vez macabro hallazgo. Crucé la calle e increpé al encargado del depósito, con más enfado que intriga, preguntándole si él había arrojado vísceras a los perros, a lo que me respondió que ellos no trabajaban achuras.
Algunas vecinas miraban la escena tras los cortinados de sus casas. Me dirigí a la comisaría a plantar una exposición, pues supuse que habían querido envenenarme el perro. Habrían pasado unos diez minutos cuando el patrullero llegó a mi casa. Bajaron del mismo dos agentes y un oficial. Al ver los desperdicios, el mayor de los agentes me comentó que dudaba del posible atentado contra mi perro – no está mordido- dijo – esto es para vos- concluyó. Ninguno quiso tocarlo a pesar de estar provistos de guantes. Pidieron una pala a un vecino y una caja en el depósito con lo cual cargaron las vísceras en el auto y las llevaron para supuestamente analizarlas.
 Desencajado y desolado por el sueño que había padecido proseguí el día mal, todo en la casa me parecía anormal, si bien sabía que eran las nueve de la mañana y la cocina se hallaba bien iluminada, tenía la sensación de que la luz solar ingresaba a la vivienda de la manera en que lo hace durante el crepúsculo vespertino.
Serían cerca de las diez y media cuando me fui a ver la casa que habíamos comprado recientemente. (Nunca compré una casa.) Entré y vi en el piso tiradas las pertenencias del antiguo morador y algunas cajas con cosas mías.  Descubrí que la nueva vivienda era una versión mejorada de la que alquilaba actualmente ya que su disposición era similar pero con una terminación de mayor categoría. Noté asimismo que la similitud difería de exactitud pues esta construcción parecía estar en espejo con la anterior.
Debo reconocer que me causó fastidio encontrar allí pertenencias del antiguo morador, creo yo que cuando uno entrega una propiedad por lo menos debe tener la delicadeza de hacerlo en condiciones mínimas de higiene y alineación. Parece que no todos tenemos las mismas buenas costumbres, pensé. Me desconcertó oír el ruido de un lavarropas de tambor ¿acaso permanecían allí? ¿Me habría confundido de casa? Caminé por el corredor en dirección al baño porque la construcción carecía de lavadero. Sentí asco al ver harapos y ropa interior tirados en el suelo. La cortina de la ducha daba un aspecto de mal gusto al recargar de marrón oscuro el conjunto de sanitarios y azulejos. La corrí para así desconectar el lavarropas y llamó mi atención un balde naranja que por lógica pensé estaría cargado de ropa; pero que sin embargo, estaba hasta la manija de tierra, tierra seca, en parte en polvo y en parte aterronada en diminutas partículas.
Me acuclillé para observarlo puesto que me intrigaba la presencia de aquel balde y su propósito. Repentinamente la tierra comenzó a arremolinarse como si fuese agua, hecho que llamó más mi atención e hizo que me acercara más aún para ver ¿para ver qué? De pronto cuando me hallaba absorto en el remolino de tierra, del centro del mismo emergió de un salto un lagarto gris y amarillo, que se incorporó en la forma que lo hace una cobra y mirándome fijo me mostró su lengua y me escupió veneno. En ese instante desperté nuevamente sentado en mi cama, veía la puerta del fondo entreabierta, a mi lado mi hija y mi mujer que acababan de despertar a consecuencia del grito por mí proferido: -¡Tuve una pesadilla! - comenté.