En un libro editado en video tape, cuyo nombre es M. In B. se pretende que un can parlante enseña a los humanos la existencia de una galaxia dentro de una canica, la cual cabe en una pieza de joyería y que pende del collar de un gato llamado Orión, arguyendo que en el universo no todo depende del tamaño. Esta galaxia sería la mayor fuente de energía subatómica. La imagen se aleja, mostrando primero nuestro planeta desde el espacio, luego el sistema solar, finalmente la vía láctea y los confines del universo conocido. Hasta mostrar que la totalidad de nuestro universo también está incluido dentro de una canica que forma parte del juguete de algún niño interestelar, el cual, luego de jugar, guarda la canica que contiene a nuestro universo en una bolsa junto a otras canicas que incluyen muchos universos más.
Desde este punto de vista, por supuesto muy discutible, llegamos a la consideración de que bien puede ser el niño interestelar alguna representación de lo que llamamos Dios.
Teniendo en cuenta tal consideración podemos deducir que si bien es factible la existencia de un dios como lo describen las religiones, que nos sería tan inalcanzable como nosotros él; porque si nuestro universo está contenido en una de sus canicas, nuestro sistema solar sería apenas perceptible si se observara con demasiada atención dentro de ella. Entonces, nuestro planeta tierra no sería más que un pequeño punto dentro de la canica y cada ser humano sería directamente imperceptible para dios, es decir, aunque suene violento, que Dios tal vez ni siquiera sepa de nuestra existencia, y que al ser el tan grande, nosotros tampoco lleguemos a verlo nunca, aunque de una forma u otra, seamos víctimas de los vaivenes de sus juegos. Ya se sabe que para jugar a las canicas hay que lanzarlas por el aire y golpearlas entre sí, obviamente estos avatares repercutirían en terremotos y cataclismos de toda índole. Y lo que es peor aún corremos el riesgo de cambiar de Dios: por otro terrible, o quizá más piadoso según el nuestro gane o pierda la partida.
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