Soy Cristo, o soy un pobre leproso desnudo, tendido en el suelo.
Nunca imaginé que el cielo de la Patagonia brillara tanto de noche; tampoco, nunca imaginé que la abarcara, que mi cuerpo la abarcara toda. Nunca pensé que sólo fuera un altar donde yace depositado mi cuerpo, presto a ser sacrificado. Desde lejos veo el altar emergiendo del mar como una torre de piedra, sus contornos semejantes a los del mapa, el oscuro mar golpea. Se ve el reflejo de la luna, pero está ausente en el firmamento. Crucificado sobre el altar mis pies se posan en la tierra del fuego y mi cabeza cuelga sobre el vacío, al norte del río colorado, extendidas mis manos hacia ambos lados de mi cuerpo palpan la nada, fuera del mapa.
Nunca imaginé que el cielo de la patagonia brillara tanto, ahora lo sé, ese brillo tan especial en las estrellas es por causa de la helada. Nunca imaginé que sería así la soledad aquí. El frío arrecia y castiga mi espalda y mis riñones.
Estoy solo, desnudo y con frío, a bordo de un pequeño bote de madera, a cierta distancia del monumento donde yace inerte mi cuerpo. De lejos me observo crucificado en ese altar; pero no siento pena por la soledad inmensa que rodea mi ser, ni por el frío mármol que castiga mi cuerpo, extrañamente me siento soberbio y triunfador.
Abro los ojos, nuevamente tomo posesión de mi cuerpo, con esa extraña sensación de no saber dónde estoy ni qué hago aquí. ¿Quién soy realmente? ¿Estoy en mi lugar o me he perdido en el tiempo y el espacio?. Asalta a mi realidad esta intriga. Poco a poco mis ojos van reconociendo el lugar donde habito y aún así, visualizo el mapa en el espacio infinito, y mi pobre cuerpo sobre él. Me incorporo apenas para observar las dos puertas de la tapera, extiendo mi mano hacia la silla que junto a la cama sostiene la campera, me cubro con ella los pies e intento concentrarme en los objetos que hay en la pieza para no ser presa del pánico que me provoca esta realidad dual. Estoy bien despierto y aún así mi mente se escapa. Intento recordar mi miedo a la oscuridad y mis paranoias urbanas para distraerme. Lo que veo en la tapera parece estar en otra dimensión. Vigilo la puerta y la ventana como esperando un ataque, y me río de lo absurdo de la situación, me siento en la cama, pienso en lo muy lejos que estoy de Bs. As.
Y de pronto comprendo que no estoy en la pieza sino en el altar de roca, en medio del espacio infinito, bajo la cruz del sur. Me viene a la memoria el titulo de una canción “Atrapados en el Cielo” y medito en lo absurdo de este momento. Alguien me excluyó del sistema, de la vida o el exceso de cansancio no me permite descansar.
Hace tres meses partí de mi hogar con el propósito de instalarme en la patagonia y trabajar de maestro, para poder formar mi propia familia. Hace un mes que soy el maestro de segundo grado, solo me falta llamar por teléfono a Anabel para que venga. Mañana, si llego a mañana la llamaré, me angustia la idea de no llegar.
Repentinamente creo haber muerto, esta idea me atormenta, no puedo levantarme de la cama ni puedo volver a ella, mi mente trata que mis ojos vean la habitación pero no puedo huir del altar ¿acaso no podré alcanzar mis propósitos?.
Mi soberbia se convierte en lastimosidad y desconcierto. Recuerdo los diálogos de la “Utopía de un hombre que está cansado” y busco, en el estrés y el cansancio, una explicación que me consuele.
Un trino intermitente rompe el silencio, con temor extiendo mi mano hacia el vacío y en la oscuridad palpo el reloj despertador. La ambigüedad de la situación me perturba: el reloj, la habitación, el altar, el universo. En un instante de lucidez me doy cuenta de que hay un punto de contacto entre ambos mundos “the door is open”. El reloj indica la seis treinta. Sentado en el altar con los pies colgados al vacío miro la hora y tomo la decisión. Decisión: la delgada línea que divide a los grandes hombres de los mediocres, a los valientes de los cobardes; pero también, a los cautos de los tontos ¿cómo saber? Trémulo retraigo mis pies hasta quedar sentado en posición fetal.
El reloj golpea con su tic-tac en mi mano y su trino taladra mis oídos. El reloj... pertenece a la realidad tangible, estoy yo aquí. Me desprendo del frío mármol y salto al vacío. Tomo conciencia de mi ubicación, estoy de pie junto a la cama, respiro hondo y me abalanzo sobre la llave de luz. Tengo miedo de volver a irme, me cuesta mantenerme conciente.
...Luego de unos amargos me siento nuevamente en mí. Salgo a la calle, a las siete y cinco, me instalo en la parada del colectivo que esta frente al colegio secundario, a los pocos minutos, una chica me dice que el colectivo no pasa más por esa calle y me indica dónde queda la nueva parada. El frío aprieta, llegando a la parada despunta el alba, no reconozco el lugar, fue mí primera noche en este pueblo.
Al llegar a la escuela una compañera me dice:
-¡Qué cara! ¡Dónde habrás estado anoche!
-¡Si te cuento no me creerías! Estuve más allá.
Uno se cruza con miles de personas en la calle, pero no se imagina qué pasa dentro de cada una. La realidad no es solo lo que se ve.
que interesante Miguel...cuando comenzaste a escribir?te felicito.Publicaste algo?saludos.Claudia
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