jueves, 10 de junio de 2010

La Condena


Jorge está apesadumbrado. Otra vez, anoche no pudo conciliar el sueño. Se le aparecían espectros que lo aterraban. Imágenes circulares que giraban bajo la lluvia. Imágenes que se transformaban en rondas de palomas que giraban hasta la locura cayendo luego en cadáveres de cuervos. Y estas imágenes trasmutadas se repetían de vez en vez. Luego los barrenderos que armados de fusiles barrían el recinto. Despejando la plaza de pájaros muertos. Pero siempre el residuo o la marca sobre el embaldosado. Marcas que no podían ser removidas, como estampas de siluetas. Vacías, inertes pero estoicas marcas indelebles. 

Otra vez Jorge ha empezado a desvariar. Despertó muy temprano. Se colocó la bata y se asomó por el balcón. Hace mucho que ya no sale a la calle. Dice que la gente lo persigue. Escucha estruendos y el corazón que como un bombo retumba y lo ensordece. 

Desde el balcón mira la ciudad: la Avenida Cabildo, el ferrocarril, a lo lejos los aviones del Jorge Newery, un poco más cerca: el regimiento de Granaderos a Caballo. Desde el balcón mira la ciudad y sueña como un niño. Sueña que vuela y cómo otros vuelan en sueños. 

Vuelve de su ausencia en el balcón y se sienta en su sillón a leer el diario. Su semblante, cada vez peor. Él ve espectros que se le aparecen y blancas rondas retumban en su memoria de anciano. Los aparecidos y los fantasmas lo aterran. Y las rondas de blancos pañuelos rodeando la plaza cada martes se le dibujan en un espectro aparecido por cada desaparecido a causa de él.

1 comentario:

  1. MUY BUENO MIGUEL.APROVECHO PARA FELICITARTE POR EL DIA DEL ESCRITOR.SALUDOS

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