El pueblo de General Fernández Oro era un pueblo pequeño, y como la mayoría de los pequeños pueblos del país; había crecido “colgado del ferrocarril”. La pecaminosa peculiaridad que lo destacaba y distinguía del resto de los poblados, era la de no haber sido fundado a partir de un proyecto gubernamental, ni de una famosa posta, ni siquiera ostentaba el lujo de haber sido otrora un asentamiento indígena. Tampoco crecía a partir de la castellana urbanística, en derredor de la plaza y la iglesia; más bien se desarrollaba secular entre tragos y juegos, pues rodeada de chacras y algunas poquitas casas, la actividad ciudadana languidecía en el club, fundamental y fundacional institución de la próspera colonia.
Tiempo después, el crecimiento demográfico fue dando espacio a la política y a la religión.
La política hizo lo suyo, bien o mal, no es éste el punto. La religión, muy dispuesta a llenar el ingente vacío que el crudo invierno patagónico y la consecuente soledad socavaban día a día en el alma de los colonos, cometió estragos.
Con el transcurso del tiempo, la colonia se fue convirtiendo en pueblo. Quizá por el remordimiento de haberse olvidado de Dios en los albores de su historia local; o vaya uno a saber por qué, la población se apartó paulatinamente del club y fue acercándose a las iglesias, las cuales pululaban por doquier. La primera en llegar fue la iglesia Católica Apostólica Romana; pero como la parroquia era pequeña y por ende la limosna era escasa, el Padre debía viajar desde otro pueblo. Luego llegó la Unión de las Asambleas de Cristo, los Pentecostales y toda clase de cultos cristianos, afro americanos, hindúes y etc. En algún momento de la historia, alguien, con pocas convicciones religiosas y un gran sentido del materialismo, descubrió en el pequeño poblado el gran negocio de la fe. Para esos años fue que yo conocí dicho pueblo. Llamó mucho mi atención la cantidad de salones de “culto evangélico”que allí encontré, llegué a contabilizar dos iglesias en la misma cuadra. (Y una al frente, tres) En un pueblo de tan solo doce cuadras por seis, la ecuación no cerraba. Muchas de ellas sucumbieron ante las peleas intestinas de sus (cuatro) miembros. Otras emigraron en busca de rebaños más apetecibles. Y la mayoría fue absorbida por las congregaciones de otras iglesias con pastores más milagrosos o carismáticos.
Con todo esto, como la historia a la cual haré referencia es (ha sido) real, por razones obvias los nombres y tiempos nombrados o aludidos, fueron por mí transliterados.
Daniel Ayala no era un hombre creyente, pero iba regularmente a la iglesia del Pastor Eduardo porque allí Marta, su esposa, encontraba la paz de su alma. Ese pastor era quien había presentado (bautizado) a su hija Mayra al señor. -Como que Dios no la conociera- pensaba Daniel quien notaba en el culto intrigas y manejos que los fieles, cegados por la fe, ignoraban.
Sería cuestión de fe el hecho de que Dios hablara en sueños al Pastor; como así también que reafirmara, también a través de sueños, sus deseos divinos a los cuatro o cinco hermanos que se encargaban del manejo administrativo del culto. Los hermanos de la congregación creían ciegamente en su palabra. Daniel no conocía mucho de la Biblia ; pero recordaba de su época de catecismo y comunión, allá en Entre Ríos, el hecho de que los profetas se habían acabado luego del nacimiento de Cristo. Las pocas veces que había polemizado con algunos hermanos, éstos le acusaban de no tener fe y le decían que el Señor se manifestaba a través de su siervo. Le causaba repulsión ver como las hermanas se entregaban a las habladurías y al chimento, así como también el hecho de fundamentar sus “huecas” discusiones mediante el mal uso de pasajes bíblicos. Le fastidiaba sobremanera escuchar cuando a la salida del culto se trenzaban a los gritos y alguna de ellas decía:
-¡Te pongo una mejilla y la otra porque soy mejor cristiana que vos, pero el Señor te va a castigar por haberte metido conmigo!
-¡ Menos mal que vienen a la iglesia!- Pensaba no sin disgusto Daniel.
Lo cierto es que el tiempo transcurría y Mayra crecía y se embellecía al mismo ritmo que crecía el carisma y el poder de “profecía” del Pastor Eduardo.
Como ya lo he manifestado anteriormente, Daniel desconfiaba de la “palabra de ciencia” del pastor. Había ciertas cuestiones que no le convencían del todo; pero convengamos que era mejor ámbito para criar a su hija, el seno de la iglesia; que la soledad del aislamiento, o la sociedad secular del poblado.
En determinado momento el delirio místico del pastor lo llevó a convencer a sus fieles de la necesidad de realizar un viaje. El Señor lo había así dispuesto, y él, humilde mortal, no era quién para desafiar su ira, desobedeciéndole tal como lo había hecho Jonás.
-Hermanos: Dios a mí ha venido, en sueños me trajo la palabra de ciencia. Y de cierto, de cierto os digo que Él me ha encomendado realizar un gran viaje. Es su deseo que su humilde ciervo lleve la palabra de Dios a los confines de la tierra. Él dijo cuando la palabra llegue al lugar más lejano... sí cuando la palabra llegue al lugar más lejano. Ese día, mi venida estará cerca. ¡OH, gloria hermanos! ¡Aleluya!
Cada vez que el pastor recibía palabra de ciencia el espíritu lo invadía, citaba versículos de la Biblia , hablaba en castellano antiguo y fundamentaba sus dichos con citas que encontraba, abriendo las gastadas páginas de su Reina-Valera, en capítulos y versículos que nadie podía hallar antes de que él citara otro. Este particular detalle era uno de los que más rechazo le causaba a Daniel, ya que en ocasiones había escuchado deletrear, o mejor dicho silabear, a Eduardo intentando leer. ¿Cómo es que lee con tal velocidad la Biblia y no sabe leer nada más? Se preguntaba a sí mismo el hermano infiel.
-Es porque el pastor aprendió a leer leyendo la Biblia- le contesto Marta cuando Daniel se lo cuestionó.
-¿Por qué habla como lo hacen en la Biblia ? Insistía el incrédulo.
-Es algo que no vas a entender nunca porque no tenés fe.-replicaba su esposa.
Una tarde, durante el culto, mientras el pastor hablaba sobre el viaje que el Señor le había encomendado, Daniel le hizo notar a Marta que siempre Dios lo enviaba a lugares turísticos. Y que nunca se necesitaban misioneros en la línea sur. Ni en lugares pobres. Esto ocasionó un conflicto matrimonial, ya que cegada por la fe, o la ignorancia, Marta consideró blasfemas las palabras que su marido le confesaba en la casa del Señor.
Daniel se fue entonces alejando de la congregación porque ya no toleraba las incoherencias, esas que día a día se hacían más frecuentes y peores. Alguien quiso comentarle que en la iglesia a la que concurría su esposa pasaban cosas raras; pero él no quiso escuchar, era hombre de pocas palabras. Con Marta hablaba ya muy poco, y de la iglesia en particular, ni una palabra para no seguir malogrando la pareja.
Luego de un tiempo de religiosidad sedentaria, el Pastor fue llamado nuevamente al apostolado peregrino. El hombre tuvo el descaro de decir en la asamblea que el Señor le había hablado en sueños y lo enviaba en un largo viaje (otro más) de evangelización; pero que el señor le ordenaba que el viaje lo debería hacer en compañía de una joven virgen de la congregación. La noticia, por supuesto, no fue del todo bien recibida por los fieles que fieles pero no tontos comenzaban a dudar de la veracidad de las profecías del Pastor Eduardo. No sin desconfianza organizaron una cadena de oración y una vigilia, con el propósito de que el señor indique a la congregación el camino señalado a su siervo. El pastor dirigió un sermón, por cierto emotivo, en el cual resaltaba el valor de la fe y el disgusto de Dios con quienes dudaban de su palabra. En lo más emotivo del discurso, vio como se acercaban a la puerta: Mayra y Marta, es decir la hija y la esposa, respectivamente, de Daniel Ayala, la oveja perdida.
Haciendo gala de su oratoria, improvisó una oración pidiendo al cielo haga atravesar la puerta principal, a la joven virgen, que fuera voluntad del Señor que lo acompañe en su apostólico viaje. Al instante la puerta principal del salón fue atravesada por Mayra Ayala, seguida de su madre. Ante tan contundente respuesta de Dios, la congregación toda estalló en glorias y aleluyas. Con total inmediatez las condujeron hasta el púlpito y les comunicaron las “buenas nuevas” las cuales no fueron para nada bien recibidas por las mujeres que si bien temerosas de Dios, sabían que el jefe de la familia no estaría de acuerdo y a la vez no les resultaba del todo razonable el hecho que un hombre, el Pastor o quien fuere, viajase solo con la niña de tan solo catorce años, por lo que ambas se retiraron del culto negándose a tal aberración.
Luego de transcurridas unas semanas en las que las Ayala no se acercaron al culto, la asamblea decidió hacer cumplir la voluntad del Señor. Previo sermón acerca de cómo se había descarriado Daniel y de cómo había apartado a su familia de la senda del bien.
Un hermano de los más influyentes del culto se dirigió a la casa de los Ayala, pero fue violentamente corrido por Daniel. Las “hermanas en Cristo” retiraron el saludo a Mayra y en la escuela comenzaron a dejarla de lado. Medio pueblo comentaba de la desobediencia de la familia y la negativa a aceptar los designios de Dios. Los hermanos comenzaron a congregarse en las esquinas para realizar cultos al aire libre, cada vez más cerca de la casa de los Ayala. Hasta instalarse un día en la propia vereda de la casa de la familia. Sus cánticos exaltaban la fe y sus prédicas denostaban el egoísmo y la desobediencia a Dios. Cada vez que asediados por estas actitudes intentaban echarlos de su puerta los hermanos se limitaban a proseguir la marcha de la procesión, cada vez que Daniel intentaba quejarse ante algún organismo le recordaban la propiedad colectiva de las calles y la libertad de culto amparada por la constitución nacional. Y cuando intentó presentar la queja en el seno mismo de la congregación, como era de suponer, lo apabullaron con cánticos y citas bíblicas, reprochándole ser un hombre de poca fe e insinuándole castigos divinos por su desobediencia.
Por cuestiones laborales Daniel viajó a la capital oportunidad ésta no desaprovechada por el Pastor, quien recrudeció su acoso contra la desamparada mujer que atemorizada por la historia de Jonás accedió, sin el conocimiento ni consentimiento de su marido, a que la mujercita de quince años recientemente cumplidos (menos de una semana) viajara junto al Pastor. Al fin y al cabo nada malo le habría de pasar en compañía del Siervo de Dios.
Cuando Daniel regresó de su viaje nadie le comentó lo sucedido, llamó mucho su atención sí, el ver que mujer e hija habían retornado a la iglesia. Al tiempo notó cierto cambio de actitud en su hija que lo preocupó.
Una noche en que volvieron de la reunión ya no pudieron ocultarle más el embarazo de la joven quien le juraba no haber tenido novio y no haber estado con hombre alguno.
Al correr la noticia del embarazo, la iglesia se reunió y decidió expulsarla por inmoral, y cuando la niña confesó que el padre de la criatura sería el Pastor quien le habría sometido contra su voluntad durante aquél maldito viaje, la acusaron de blasfema e intentaron lincharla, especialmente el Pastor y su señora esposa.
Terriblemente humilladas madre e hija decidieron confesarle al padre lo sucedido durante su ausencia.
El hijo de Mayra, por extraña casualidad, se llama Eduardo Daniel. Los hombres: el primero descansa en paz; el segundo, a la sombra.
Fin